La reflexión resulta una de las características más valiosas, potentes y transformadoras del pensamiento humano. Mediante el pensamiento crítico la humanidad ha transformado la naturaleza pero en ese mismo proceso se ha transformado así mismo. Este devenir, no lineal, puede ejemplificarse con las consecuencias provocadas por la revolución copernicana o el paso del teocentrismo al racionalismo. El regresar sobre ideas ya planteadas en algún tiempo y espacio determinado, colocarlas en diálogo con las necesidades presentes y su posterior comunicación es lo que ha permitido a la humanidad encontrar explicaciones más complejas y precisas acerca de la realidad circundante a través del tiempo.
Este ejercicio de volver a lo que ya conocemos (o pensamos conocer) no solo tiene implicancia en el plano de las ideas sino que involucra y condiciona la práctica humana. Desarrollo una determinada práctica desde ciertos conceptos o ideas fuerza. Hoy en día, difícilmente, alguien sostenga la teoría de generación espontánea para explicar la “aparición” de gorgojos en un paquete de arroz guardado en su alacena. Pero en algún momento, esa explicación resultaba válida para explicar un fenómeno natural. En el presente parecería tener cierto grado de capacidad explicativa la teoría terraplanista, una discusión que parecía estar saldada hace ya tiempo, no lo está. Esto lo menciono para ilustrar la dinámica del pensamiento humano, no avanza de manera escalonada sino a saltos y en sentido espiralado, conteniendo lo anterior y con la tendencia de superarlo. El espíritu crítico, como fuerza progresiva, lo entiendo como la práctica de buscar solución a los problemas/conflictos de un determinado momento histórico. Los problemas que se presentan en nuestro tiempo son determinantemente distintos a los que sufrían las sociedades y los sujetos en otros tiempos, lo cual no los invalida como fuente de explicaciones provisorias. Razón por la cual es fundamental volver a releer y reinterpretar lo que sucedió (como también lo que se pensó) como aporte para encontrar las soluciones a los problemas que nos aquejan, cuestionan, interpelan en el presente. Este movimiento es el que realiza Vargas Llosa al volver a un acontecimiento histórico pasado (las consecuencias de la peste negra) y analizar la trascendencia de la producción del Decamerón de Boccacio. El autor peruano manifiesta una búsqueda/inquietud realizada desde la contemporaneidad abrevando en un producto cultural, la obra del escritor y humanista italiano, fechada en el siglo XIV. En el aquel “realismo fantástico”, construido en la obra de referencia, se manifiesta el espíritu crítico: ante un horizonte desolador el pensamiento humano recurre al mundo simbólico como resguardo. Lo cual, como indica Vargas Llosa, implicó una innovación literaria y un cambio de posicionamiento del mismo autor. Boccaccio dejó, transitoriamente, de ser el escritor que representa el mundo erudito y elitista para darle voz y realidad a otros sujetos sociales. Esta transformación individual se encuentra marcada por la peste negra, indicando la estrecha relación entre sujeto y contexto.
En lo personal, parto de la concepción de que práctica y teoría se encuentran íntimamente relacionadas, no hay entre ellas una relación ni lineal ni causal. Su relación es de transformación compleja y mutua, por momentos, hasta contradictoria. Sin conflicto no hay conocimiento como indica la perspectiva constructivista. En este sentido, referido a un plano cotidiano, resulta relevante reflexionar sobre la práctica para obtener aprendizajes que nos permitan volver sobre esa misma práctica y mejorarla. A su vez, contar con mayor cantidad de herramientas (obtenidas del estudio de distintas experiencias ya pasadas) amplia la capacidad de resolución de nuevos problemas.
La práctica docente requiere un doble movimiento: reflexionar sobre la práctica y poner en práctica esas reflexiones. Y al igual que a Boccaccio, en tiempo de Coronavirus, el contexto demanda un reposicionamiento del docente y su práctica. En el tiempo del humanista italiano, se manifestó un reposicionamiento del escritor y su obra. Me pregunto: cuál resulta ser la función social de la escuela en este momento. Creo que la respuesta no dista de la función primordial de la escuela en tiempos de “normalidad”: transmitir el conocimiento acumulado por la humanidad a las nuevas generaciones. La distinción con este momento de excepcionalidad mundial es que en ese conocimiento socialmente significativo a transferir debe expresarse la capacidad de la humanidad a resolver nuevas problemáticas con las herramientas que se disponen. Esto lo puedo identificar, en la actualidad, con la necesidad de incorporar el uso de plataformas digitales para mantener el vínculo pedagógico. Desde el uso masivo de plataformas como Zoom a la política educativa del Ministerio de Educación Nacional “Seguimos educando”. Con las herramientas que se disponen tanto docentes, funcionarios como especialistas buscan educar resolviendo una situación acuciante.
Otras de las funciones sociales fundamentales de la escuela, construir comunidad, se ve revalorizada y potenciada en este contexto de pandemia. Se plantea la tensión de articular de manera extraordinaria entre los distintos elementos constitutivos de la vida escolar: niños/as, familias y docentes. Se ponen de manifiesto tanto representaciones sociales que se tienen de las escuela como los intereses depositadas en ella por los distintos actores sociales.
Por último, la referencia de Vargas Llosa acerca del “realismo fantástico” me remitió aquel velo protector que plantea Perla Zelmanovich. Con el desarrollo de la práctica docente se brindan herramientas a los/as niños/as para objetivar esta realidad que se les presenta cambiante y caótica (al igual que a los/as adultos/as pero ante la cual se encuentran vulnerables). La escuela manteniendo sus funciones sociales primordiales habilita un espacio donde brindar contención, a través del conocimiento, a las nuevas generaciones ante un estado de situación disruptivo. En la enseñanza se crea un manto que protege al niño/a. Como indica Vargas Llosa, refiriéndose a los personajes del Decamerón, “así defienden la literatura, el teatro, las artes al ser humano contra la desmoralización que pueden provocar en él amenazas como la peste negra”. Creo que la tarea de los/as docentes tiene algo de lucha contra la desmoralización.
R.F.
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